martes, 25 de junio de 2013

Un día de estos - Gabriel García Márquez


"Ningún lugar en la vida es más triste que una cama vacía."  
El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.
Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.
Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.
-Papá.
-Qué.
-Dice el alcalde que si le sacas una muela.
-Dile que no estoy aquí.
Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.
-Dice que sí estás porque te está oyendo.
El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados, dijo:
-Mejor.
Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.
-Papá.
-Qué.
Aún no había cambiado de expresión.
-Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.
Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.
-Bueno -dijo-. Dile que venga a pegármelo.
Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:
-Siéntese.
-Buenos días -dijo el alcalde.
-Buenos -dijo el dentista.
Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal, y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.
Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.
-Tiene que ser sin anestesia -dijo.
-¿Por qué?
-Porque tiene un absceso.El alcalde lo miró en los ojos.
-Está bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.
Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:
-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.
El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.
-Séquese las lágrimas -dijo.
El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.
-Me pasa la cuenta -dijo.
-¿A usted o al municipio?
El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica.
-Es la misma vaina.




lunes, 24 de junio de 2013

La vida de Gabito


"El deber de los escritores no es conservar el lenguaje sino abrirle camino en la historia. Los gramáticos revientan de ira con nuestros desatinos pero los del siglo siguiente los recogen como genialidades de la lengua. De modo que tranquilos todos: no hay pleito. Nos vemos en el tercer milenio"
Gabriel García Márquez apodado Gabo o Garci por sus conocidos, nació en Arataca, Colombia el 6 de marzo de 1927, es escritor, novelista, cuentista, guionista y periodista. Vivió con sus abuelos la mayoría de su infancia, su abuelo era coronel, él le contaba un sin fin de historias. Por otro lado tenía a su abuela la que era supersticiosa y creía en todo tipo de esoterismos, ella le contaba historias que mezclaban fantasía con realidad, y eso fue lo que más influencio a García Márquez en todas sus novelas. 

Después de graduarse del colegio intentó estudiar derecho en Bogotá, pero después del "bogotazo" desistió en la carrera y comenzaron sus años de periodista en donde trabajo en diversos diarios. Después en 1947 comenzó a escribir cuentos para el diario. Lo que quería Marquéz era ser periodista y escribir novelas, a parte de hacer más justa la sociedad.

En 1967 después de 20 años de haber empezado su carrera de literato, publicó Cien años de soledad con el que al fin se haría famoso e influenciaría a casi todos los novelistas del planeta. Con este libro ganó sus primeros premios, incluido el Chianchiano Aprecia en Italia y la nominacion al mejor libro extranjero en Francia.

En la obra de García Marquéz podemos reconocerlo por dejar detalles y eventos importantes dejándolo a la imaginación del lector. También podemos apreciar que es el máximo exponente del realismo mágico, haciendo que la fantasía se junte con la realidad sin mayor asombro.García Márquez crea un mundo tan semejante al cotidiano pero al mismo tiempo totalmente diferente a ello. Técnicamente, es un realista en la presentación de lo verdadero y de lo irreal. De algún modo trata diestramente una realidad en la que los límites entre lo verdadero y el fantástico se desvanecen muy naturalmente Esto hace que García Marquéz sea tan fácilmente reconocible. Otra cosa que caracteriza su obra son las distintas acusaciones sociales que Márquez hace.García Márquez considera que la imaginación no es sino un instrumento de la elaboración de la realidad y que una novela es la representación cifrada de la realidad y a la pregunta de si todo lo que escribe tiene una base real.

Se casó con Mercerdes Barcha a la que le pidió matrimonio a los trece años, el supo en seguida que Mercedes era el amor de su vida. El matrimonio sigue vigente y han tenido dos hijos juntos. Uno es cineasta y el otro diseñador gráfico.

Algo que a influenciado la vida de García Márquez es la política. Si bien no pertenece a ningún partido político, se le reconoce como socialista, y desea que la sociedad sea un sistema de libertad, progreso e igualdad relativa. El cree fervientemente que la sociedad puede ser socialista sin ningún problema mientras haya una mayor militancia. Esta visión que él tenía influencio casi todas sus obras.

Entre sus obras más destacadas se pueden reconocer Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera, Crónica de una muerte anunciada o La Hojarasca.


Gabo sigue vivo y coleando en México, feliz con su esposa y escribiendo aún.